-¡Ya voy mamá!
Cerró el libro, apagó la luz de su habitación y se fue a cenar. Su madre la estaba esperando en la mesa. Sara se sentó en una de las sillas y empezó a comer, sin decir nada.
Últimamente había estado bastante separada de sus amigas, y sinceramente, se sentía un poco desplazada. No tenía ganas de comer, pero aun así se llevó el tenedor a la boca, con desgana. Aunque ella no se diese cuenta, su madre la miraba de reojo de vez en cuando. Segundo bocado. Buf.. no tenía ganas de comer, ni de hablar… ni de nada. ¿Todo era por el tema de ella y sus amigas? ¡Vaya tontería! No se podía poner así por eso… pero lo estaba.
Carmen notó que algo le pasaba a su hija, pero por el momento no quiso sacar el tema, por si acaso. Prefirió empezar por algo más sencillo:
-¿Qué tal en el instituto?
-Bien.
Largo silencio entre ambas. Carmen confirmó que algún tema que ella no sabía estaba haciendo que Sara se comportase de esa forma.
-Y… ¿no tuviste ningún exámen?-intenta que su hija siga la conversación, pero es en vano.
-No, hoy no.
Eso no puede seguir así. Respuestas monótonas, se ha fijado en que casi no ha probado bocado y… la nota triste. Finalmente, decide ir al grano.
-Sara. Como madre, tengo que saber lo que te pasa -la chica levanta la cabeza y la mira- Si es algo en lo que te puedo ayudar, hija, no dudes en decírmelo. ¿Me lo puedes contar?
-Mamá, no es nada, de verdad- Sara coge su plato y tira a la basura la mayor parte de la comida, que no ha tenido ganas de probar. Lo mete en el lavavajillas y se marcha a su habitación, dejando a su madre sola, intentando saber por qué esos días su hija está tan rara.
Mientras tanto, Sara cierra la puerta de su cuarto. ¿Por qué su madre salta con esa pregunta? ¿Tanto se le nota? Uf… mañana hablará con sus amigas.
Lo malo de ella, y lo reconoce, es que cuando algo le sale mal, empieza a ver todo lo negativo de las cosas.
Se da cuenta de que no tiene nada. Todo es tan... normal.
A sus amigas siempre les ha gustado algún chico, o han salido con alguien. Por supuesto han ido de fiesta muchas veces, y quedan casi todos los días. En cambio, ella es la rara del grupo. Nunca le ha gustado nadie y mucho menos ha salido con un chico. Nunca va a fiestas y en lo que repecta a salir con sus amigas, casi nada, la verdad. Y lo mas importante para ella: ningún chico le ha dicho que era guapa. O que tenía unos ojos bonitos. Ni siquiera un simple me gusta como llevas el pelo hoy.
Por encima de todo eso, su padre había muerto. Cuando ella tenía cinco años, murió de cáncer tras largos meses en el hospital. A causa de todo esto, su madre estuvo varios años sin llevarse casi con nadie, sin salir de casa y llorando todas las noches en su habitación. Y hasta el momento, no habían vuelto a sacar el tema. Once años en donde su padre solamente había estado presentes en sus memorias y en ningún otro sitio.
Su vida era un completo desastre.
Se puso el pijama y se metió en la cama. Todavía eran las diez y cuarto, pero tenía la sensación de que esa noche le iba a costar dormirse.
Oyó a lo lejos una puerta que se cerraba. Supuso que era su madre entrando en su habitación. Toda la casa estaba en silencio, y entre tanto pensamiento, se quedó dormida.
Tenía los ojos abiertos cuando el despertador sonó. Se había olvidado de apagarlo la noche anterior. Aunque hoy era lunes, no tenían clase. Menos mal. Otro día más de descanso.
Había dormido poco esa noche, tal y como lo había supuesto. Todavía se sentía cansada. Apartó las sábanas de encima de su cuerpo, y esperó durante un rato. Buf... le costaba levantarse. Se recostó y se vio en el espejo que tenía justo en frente de la cama. ¡Madre mía que ojeras tenía! ¡Qué horror! Y esa cara tan pálida... Aunque ella no fuese mucho de maquillarse, ese día lo iba a necesitar.
La cabeza le daba vueltas. Decidió ir a la cocina, que aunque hoy tampoco tuviese hambre, tenía que llenar el estómago de algo.
Cerró la puerta del baño y antes de ir a desayunar cogió la bata que tenía colgada en el perchero que había detrás de la puerta de su habitación.
Mientras, recordó que tenía que llamar a Emma para hablar con ella sobre lo que le atormentaba desde hacía tiempo. Su querida amiga... ¡ay! Se había dado con la esquina de la encimera en todo el brazo. ¡Qué dolor! Se remangó la bata, y vio la herida y... otra mancha. ¿Otra más? Tendría que avisar a su madre de todo eso que le estaba saliendo por el cuerpo... ¡qué asco! Manchas y más manchas. ¿no existen otras cosas en la vida a parte de manchas?
-¡Mierda!-todo el café que tenía en la taza se derramó en su pijama. Eso pasaba por estar pensando en otras cosas. Vale, lo había comprobado. Las manchas eran una cosa predominante en su vida.
-Buenos días, Sara-su madre apareció por la puerta de la cocina con cara de no haber dormido tampoco mucho, al igual que su hija.
-Buenos días.
-¿Y esa mancha en el pijama?-preguntó la madre, al ver toda la ropa de su hija mojada de un color un tanto oscuro.
-No preguntes. Mamá... -Sara no sabía cómo decírselo- ¿las manchas son malas?
-Depende a qué manchas te refieras, cariño-se rió- si son como esa de tu pijama, no pasa nada.
-No... no me refiero a ese tipo de manchas. Me refiero a esto-Sara se volvió a remangar la prenda y le enseñó a su madre la mancha del brazo. Luego del otro. Y luego las de la cara.
-¿No serán del sol?-preguntó la madre extrañada.
-Mamá, ¿tu ves sol por alguna parte? Estamos en febrero.
-Sara, ya que te toca hacerte la revisión podemos ir a que te miren eso, ¿no?
-Puede -la chica vovlió a prepararse otro café.
Hace once años.
-¡Feliz cumpleaños, mi vida!
El padre se recostó de la camilla para poder besarla en la frente. Hoy su hija cumplía cinco años. Su mujer, sentada a su lado contemplaba la escena con ternura.
-Papi, ¿cuándo vas a volver a casa?-preguntó la pequeña mirando a su padre fijamente.
Éste no sabía qué contestar. Su pequeña hija de cinco años no sabía lo que significaba tener cáncer. ¿Cómo se puede explicar a un persona tan pequeña lo que es eso? No, no se puede.
-Bueno, cariño, no lo sé. Eso lo tienen que decidir los médicos, no yo -intentó sonreír.
-Pero yo quiero que vengas ahora. Además, este año mami y yo colocamos solas el árbol de navidad y las luces... y tu no estabas-una lágrima rebaló por la mejilla de Sara. Inocente y sincera.
Carmen ya no sonreía. Ella también estaba a punto de llorar.
-Bueno... es que ya sabes como es todo esto -acarició la mejilla de la hija, secando la segunda lágrima -Pero escúchame, que yo no esté en casa no significa que no puedas estar feliz ¿vale? Ya verás como dentro de nada volveré con vosotras. Ven aquí- cogió a su hija con las pocas fuerza que le quedaban. Su mujer tambien le abrazó- Sara... mi pequeña...
Alguien llamó a la puerta de la habitación. Un médico.
-Perdone, pero ha terminado en tiempo de visita. Tienen que irse.
Carmen besó a su marido y cogió a Sara de la mano.
-¡Yo no me quiero ir!-dijo la pequeña-¡no me gustan los médicos! ¡Son malos!
El padre sonrió de nuevo. Sara... Nunca podrá verla crecer. Nunca sabrá como será de mayor, ni podrá estar ahí en sus momento difíciles, ni ver su primer novio, su boda, sus nietos... nada.
-Anda, cariño... vete con mamá. Ya nos veremos pronto.
La niña besó a su padre, le abrazó durante un largo rato, y se fue con su madre por la puerta del hospital.
Sara y Carmen permanecían en la sala de espera.
-¿Sara Fernández Torres?-preguntó una enfermera que acababa de salir de una de las puertas del pasillo. Carmen se levantó junto con su hija-Vengan por aquí, por favor.
Las dos siguieron a la enfermera hasta otra puerta. Allí se encontraba la médica de Sara, sentada en su mesa. Sonrió a la chica.
-Hola, Sara. Vamos a ver qué tal estás.
Sara se sentó en la camilla. Se fue quitando la ropa poco a poco hasta quedarse con la interior. La médica hizo su trabajo tranquilamente y con una sonrisa en la cara. Reparó en una de las manchas que Sara tenía en el brazo.
-¿Desde hace cuánto que tienes estas manchas?
-Las vi esta mañana al despertarme. Ayer creo que no las tenía, pero no estoy segura.
De repente, el rostro de la médica cambió por completo. Las examinó detenidamente.
-Y... normalmente-empezó a decir- ¿tienes algunos síntomas? Me refiero... mareos, vómitos, esas cosas.
-Si... Hoy me desperté con bastante mareo. ¡Y estaba muy pálida!
-¿Y este hematoma? ¿Te lo hiciste hoy?
-Si, me di con una de las esquinas de la encimera.
Silencio durante unos segundos.
-Ya veo...-susurraba la médica.
-Si le sirve de ayuda, estos días no está comiendo nada-confirmó la madre repentinamente.
-¡Mamá!- Sara miró a su madre despectivamente. ¿Por qué tenía que decirlo todo?
-¿Y por qué no comes, Sara? No te vuelvas una chica obsesionada con los alimentos, ¿eh?-sonrió.
-No. Es simplemente que no tengo hambre.
Otros segundos más en silencio.
-¿Puedo hablar con tu madre a solas un momento?-preguntó la médica apoyando su mano en el hombro de la chica.
-Claro- Sara se volvió a poner toda la ropa. Antes de irse miró a su madre. ¿Qué habría pasado?
Cerró la puerta y esperó fuera. Cantidad de personas mayores la miraron. Unos callados, otros dormidos, y otros cuchicheando. Sara se sentó en la silla libre que tenía más cerca.
Y esperó.
-¿Qué pasa con Sara, doctora?-preguntó Carmen un poco preocupada.
Ésta se sentó en la esquina de la mesa. Lo que iba a decir no le resultaba nada fácil.
-Mire... -tosió y al cabo de un rato prosiguió- Esto que le voy a decir... no sé si es cien por cien seguro, pero... todo lo que he visto y oído, por lo que me dijo su hija, llevan a la conclusión de que estoy en lo cierto.
Ahora Carmen sí que estaba nerviosa. Agarraba su bolso con mucha fuerza, y se movía intranquila.
-Usted sabe que su hija tiene unas manchas sospechosas por todo el cuerpo -comenzó a decir-
Eso puede ser síntoma de una enfermedad que su hija empieza a tener, y... siento decirle esto pero...-tuvo que echarle valor para porder decirlo- su hija tiene...
Carmen dejó de escuchar a la doctora desde que dijo la palabra que hizo que todo su mundo se derribase en unos pocos segundos. Una vez más... y ahora le pasaba con su hija, su Sara. Carmen comenzó a llorar a lágrima viva. ¿Por qué todo le tenía que pasar a ella? ¿Por qué iba a perder a su hija ahora también? No escuchó como la doctora le dijo que lo habían detectado a tiempo, y que era probable que se salvase, pero la madre no atendía. Su mundo iba a dejar de tener sentido, porque sabía que Sara lo había heredado de su padre. Sabía que no era problable que saliese de esta y además Sara era débil, muy débil. Siempre estaba triste, veía el mundo de un color gris. Ella era lo único que le quedaba en el mundo.
Sara, su hija de tan sólo dieciséis años, tenía cáncer.